Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo reinaba en cierta parte de la
India un rey llamado Sheram. En una de las batallas en las que
participó su ejército perdió a su hijo, y eso le dejó profundamente
consternado. Nada de lo que le ofrecían sus súbditos lograba alegrarle.
Un buen día un tal Sissa se presentó en su corte y
pidió audiencia. El rey la aceptó y Sissa le presentó un juego que,
aseguró, conseguiría divertirle y alegrarle de nuevo: el ajedrez.
Después de explicarle las reglas y entregarle un tablero con sus
piezas el rey comenzó a jugar y se sintió maravillado: jugó y jugó y su
pena desapareció en gran parte. Sissa lo había conseguido.
Sheram, agradecido por tan preciado regalo, le dijo a Sissa que como
recompensa pidiera lo que deseara. Éste rechazó esa recompensa, pero el
rey insistió y Sissa pidió lo siguiente:
Deseo que ponga un grano de trigo en el primer cuadro del tablero, dos, en el segundo, cuatro en el tercero, y así sucesivamente, doblando el número de granos en cada cuadro, y que me entregue la cantidad de granos de trigo resultante.
El rey se sorprendió bastante con la petición creyendo que era una
recompensa demasiado pequeña para tan importante regalo y aceptó. Mandó a
los calculistas más expertos de la corte que calcularan la cantidad
exacta de granos de trigo que había pedido Sissa, es decir:
1 + 2 + 4 + 8 + … + 262 + 263
Cuál fue su sorpresa cuando éstos le comunicaron que no podía entregar esa cantidad de trigo ya que ascendía a:
18.446.744.073.709.551.615 granos de trigo
El rey se quedó de piedra. Pero en ese momento Sissa renunció al
presente. Tenía suficiente con haber conseguido que el rey volviera a
estar feliz y además les había dado una lección matemática que no se
esperaban.
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